jueves, noviembre 29, 2007

ODOLA, de Jordi Rossinyol i Albert Mestres.

Crónica de Conrado Domínguez

Y llegó la cuarta ópera estrenada por el Festival d’Òpera de Butxaca i Noves Creacions. Odola, de Jordi Rossinyol (música) y Albert Mestres (libreto) se presentó en la Sala Beckett en versión de concierto los días 22, 23 y 24 de noviembre. Y a pesar de que no se ofreció la versión escénica, el público pudo catar el sabor de las notas y del texto de esta nueva aventura del tándem Rossinyol-Mestres. Una aventura que sin duda dará que hablar en el futuro.

Hay que decir, de entrada, que la obra estuvo muy bien puesta en el escenario: al ocupar los músicos la centralidad del espacio, con el piano a un lado y la percusión en el otro, se creó un efecto de gran atractivo visual, suplementado por la figura del actor en el fondo, subido a una cierta altura y flanqueado por dos vistosos micrófonos de a pie. El conjunto presentaba, pues, un marco escénico musical que sin llegar a la escenificación propiamente dicha (los cantantes ocupaban sendas sillas según la forma clásica de los conciertos), y gracias a unos pocos pero importantes cambios de luz, sí ayudó a dar una sensación de tiempo escénico en la imaginación del espectador.

La obra, de hora y cuarto de duración, se caracteriza por una muy cuidada escritura musical. Hablando con un entendido del público, músico y poeta, pude escuchar los siguientes comentarios:

- Lo que más me ha gustado es el puntillismo de la partitura, una música sutil y muy medida, que se carga de energía cuando lo requiere la acción, con rotundos clímax que luego se fragmentan en un despliegue sonoro que alcanza preciosos climas de lluvia percutiva…

O bien:

- Impactante y contundente, con momentos que hacen pensar en acciones y situaciones que el texto permite imaginar. Especialmente interesantes las suspensiones percutivas de pianísima sonoridad, con un dominio exacto de los instrumentos.

Palabras que ilustran perfectamente el tipo de música presentada por Rossinyol. El libreto, una versión libre de la tragedia de Antígona, incorpora un personaje extraño a la obra, llamado Panxo, que de alguna manera actúa a modo de conductor mudo de la escena y permite simplificar la complejidad de la tragedia reduciéndola a cuatro personajes: Antígona, Edipo, el Senado más el citado Panxo. Su cometido es situarnos en un entorno de actualidad. Panxo es el pueblo hambriento, marginado pero sensible a las voces que llegan del poder: para escapar unas veces, para rebelarse y desobedecer otras. Al final de la obra, encarna la irracionalidad de las emociones vengativas de la violencia que sacude y divide a los pueblos entre si.

El elenco no podía ser mejor: los instrumentistas brillaron todos por su servicio a una partitura exigente, que les hacía a veces moverse más de lo habitual. La dirección de Jordi Rossinyol fue una garantía de coherencia y eficacia. Los cantantes estuvieron también a la altura, con una Montserrat Bertral de gran categoría lírica, siempre inspirada y convincente, y un Xavier Ribera que hizo llegar el texto al público con perfecta vocalización. Lo mismo cabe decir del actor, Víctor Álvaro, que en vez de ser “mudo”, como exigía el libreto, hizo las voces del Senado y del mismo autor, al recitar las acotaciones del texto desde su podio “radiofónico”.

Odola es una obra política que necesita la acción de su puesta en escena para llegar a comprender el verdadero significado de la misma. Éste se intuye gracias a las palabras del actor-narrador, pero nos falta la imagen de los dos cadáveres que centra la acción de prácticamente toda la ópera. Ojalá encuentre su vía de realización y podamos gozarla entera con toda su complejidad.

Adjuntamos un texto escrito por Albert Mestres que hace referencia al contrenido de la ópera:

“La violència és centre de debat constant del nostre temps, una època en què aquesta ha estat i és tan o més acusada que mai. D’una banda, gaudim de molts avenços que han estat aconseguits amb grans dosis de violència i mort. De l’altra, som conscients que a vegades només l’ús de la violència extrema ens pot alliberar de certes tiranies, siguin socials, nacionals o personals. També som testimonis impotents de com s’exerceix tota mena de violència sanguinària amb el més pur cinisme però en nom dels ideals. Davant de la violència sorgeix la dicotomia: ¿han de prevaler les idees, els interessos comuns per sobre dels personals, producte de la vida de cada dia? ¿què passa si el tirà és el teu pare o el teu germà?
Odola és una nova versió operística d’Antígona, però no pretén ser una recreació del mite, sinó un espectacle compromès amb la realitat actual. Situada en un lloc que pot evocar diferents punts de conflicte d’avui, vol posar en escena la tragèdia de la societat fracturada per la violència interna, externa o provocada per elements exteriors. Qualsevol mort per violència política o social és incomprensible, però quan es tracta d’un germà o d’un membre del mateix nucli social agafa una dimensió tràgica que es projecta en el passat i en el futur. Tanmateix aquest tipus de violència és característica de les societats petites i tancades (recordem la vendetta sarda). Presents són les espirals de violència concentrades en punts relativament petits com Belfast, Bòsnia, el Líban, Palestina, on aquesta violència es perpetua generacionalment.
El títol de l’òpera, en basc, evoca tant el producte més evident de la violència, la sang de les ferides, com allò que ens lliga als membres més pròxims de la societat.”