viernes, noviembre 09, 2007

JUDITH, crónica de Conrado Domínguez.

Llegó el segundo plato del Festival. De entrada parecía un plato menor, en el sentido operístico, pues era uno de los tres conciertos complementarios a la programación de estrenos. De hecho, precedía a La Cuzzoni y bien se podía considerar como un jugoso aperitivo para la obra de Agustí Charles y Marc Rosich. Pero hubo sorpresa. Así al menos lo dijeron todos los que asistieron a las dos únicas funciones realizadas en la Capilla de Santa Àgata, opinión a la que me sumo, por supuesto, y con mucho entusiasmo. El manjar resultó delicioso, una exquisitez para melómanos y no melómanos, pues estaba abierta a cualquier persona con un mínimo de sensibilidad.

Desde luego, la propuesta era atrevida: basándose en un texto sobre Judith de Marko Marulic, considerado como una de las obras cumbres de la litreratura croata, Katarina Livljanic le añadió algunas “agonías” medievales croatas, para luego ponerles música según el modo de la época. Atención, porque en realidad se trata de una música nueva hecha exprofeso para estos textos, aunque se hayan cogido para ello algunas melodías y fragmentos sueltos de canciones populares de la misma época y zona.

El resultado es fantástico. Acompañada por dos músicos, ambos excepcionales, solistas especializados en música antigua (aunque luego me soltaran que en realidad ambos son también músicos de jazz), Albrecht Maurer con la viela (instrumento antiguo parecido al violín) y Norbert Rodenkirchen con varias flautas, también antiguas, son los dos músicos de Colonia.

Le pregunto a Katarina tras la segunda función:

- ¿Pero esta música que dices que es nueva, está fijada en notas o a veces improvisáis?

- La melodía, es decir lo que yo canto, está escrita, aunque a veces me salto algunas notas o cambio algunos finales. En cuando a los dos instrumentistas, la música también está fijada, pero aquí hay mucho margen de improvisación. Tanto Albreth como Norbert están acostumbrados a este género de música y no les cuesta nada situarse en este registro e improvisar desde el mismo.

- Se nota que aunque os hayás ceñido a la forma tradicional, hay momentos de libertad que dan un gran empuje a la obra –le digo recordando algunos momentos sublimes en los que la música parece dispararse.

- Aquí tenemos que ir con mucho cuidado –responde Katarina–, en el mundo de la música antigua existen muchos “talibanes” que se ofenden y claman al cielo cuando ven alguna cosa que no encaja con lo estándar. Pero lo divertido de la cuestión, es que estos estándares no existen como tales, sino que fueron inventados por musicólogos de los años setenta, y luego han quedado como dogmas que deben tomarse al pie de la letra. ¡Absurdo! Yo misma soy musicóloga y sé de lo que hablo. Lo que importa es trasmitir una música viva, que llegue al espectador, y para ello tienes que hacértela tuya. Nunca la música antigua que tocamos sonará igual que en la antigüedad. Hay un margen de error, que en este caso es de libertad y de improvisación, que yo defiendo y practico. Y a pesar de algunos comentarios procedentes de viejos estalinistas musicales, nuestra experiencia nos dice que el público gusta de esta libertad y a eso nos remitimos.

Veo divertido que no sólo en la música contemporánea existen los “talibanes” y que en todos los campos cuecen habas.

Pero igualmente importante es destacar en el montaje de Katarina la sencilla pero intensa puesta en escena, obra de Sanda Herzic, de una austeridad extrema, pues está basada en la presencia escénica de la misma Katarina, de una fuerza extraordinaria.

Junto a Katarina, los dos músicos, también en el escenario, representan de alguna manera a los demás personajes de la obra, cuyos instrumentos dialogan intensamente con la cantante. Ésta encarna varios papeles: es una narradora ajena a los hechos, una voz que surge del interior de los personajes, la misma Judith o su conciencia y alma, o bien Holofernes y su propia conciencia. Katarina se identifica con cada una de estas voces desde la intensidad de la emoción contenida y del gesto minimalista, y su elegante e imponente presencia contrasta con la más activa e incluso informal, aunque siempre solemne, de los músicos, que giran a su alrededor simbolizando el remolino histórico que la envuelve.

Inolvidable la entrada de Judith en el palacio de Holofernes, así como la fiesta que celebran los soldados y cortesanos, que los dos músicos expresan con sus instrumentos. Momentos también mágicos y sublimes los diálogos interiores de los dos personajes principales, Judith y Holofernes, con sus almas. Un apoyo escénico de luces y transparencias en la mampara que hace de fondo del escenario ayuda a crear una atmósfera de sutil ensueño.

Resumiendo esta crónica: dos funciones únicas que colmaron al público de arte y sensibilidad, un regreso al teatro más antiguo, una inmersión casi “mediúmnica” a los arquetipos culturales y musicales de Europa. Un lujo que el Festival ofreció a los afortunados que nos dejamos atrapar por el hechizo de Katarina Livljanic y sus dos músicos acompañantes.