martes, noviembre 13, 2007

LA CUZZONI, crónica de Conrado Domínguez.

Gran noche se vivió el viernes 9 de noviembre en la Sala Tete Montoliu del Auditori: se estrenó La Cuzzoni, ópera de Agustí Charles (música) y Marc Rosich (libreto).

Con la sala llena hasta la bandera, el personaje tremendo de la cantante favorita de Haendel, encarnada en su edad madura por el contratenor Gerson Luiz Sales, surgió de la nada y se impuso, ante un entregado público, en una impresionante e inolvidable interpretación que supuraba “patetismo” por todos sus poros.

Encargo del Festival d’Òpera de Butxaca y producción del Staatstheater de la ciudad de Darmstadt, en Alemania, La Cuzzoni ha nacido con el brillo de un reparto de lujo y de unos músicos excelentes dirigidos por Tobias Engeli. Le pregunto a Marc Rosich cómo se inició toda esta aventura:

- Fue el Festival quién me pidió una idea para una posible nueva ópera. Yo ya la tenía en el cajón desde hacía tiempo, La Cuzzoni, un personaje que descubrí en su día y que me fascinó al acto. Al principio, pensé tomarla como punto de partida para una obra teatral, pero secretament siempre la consideré como un tema para la ópera. Así que se lo propuse a Toni Rumbau y a Dietrich Grosse, y a ambos les gustó. Ellos me pusieron en contacto con Agustí Charles, a quién no conocía. Fui a algunos conciertos suyos y nos entendimos muy bien ya desde nuestros primeros encuentros. Luego, todo fue ponerse a trabajar.

- ¿Cuánto tardaste en escribir el libreto?

- Unos meses. Soy una persona bastante ocupada siempre por mil proyectos –hay que recordar aquí que Marc Rosich ha sido el dramaturgo de Calixto Bieito en sus dos últimos montajes-, y tuve que buscar mis huecos para escribirlo. Pero como la idea estaba clara en mi cabeza, surgió con bastante fluidez. Previamente, con Agustí habíamos pactado un esquema formal al que atenerse. Lo seguí al pie de la letra, y así salió la obra.

Un libreto que se lee muy bien y que ha resultado un acierto. Se lo pregunto al compositor. ¿Te has sentido cómodo con el texto de Rosich?

- Mucho. Me costó encontrar el registro, el lenguaje exacto con el que abordar la obra, pero en cuanto lo tuve, las notas salieron con rapidez. Creo que he tenido mucha suerte que en mi primera obra el libreto fuera bueno. Marc es una persona que sabe mucho de ópera, y eso se nota. Además, me lo he pasado en grande. ¡Me gusta componer para el teatro! Ha sido una experiencia maravillosa, sobretodo viendo los magníficos resultados de la producción de Darmstadt.

Una suerte, desde luego. No todos empiezan con elencos de tal calibre ni producciones de tantos posibles. ¿Cómo recibieron en Darmstadt tu partitura?

- Al principio, los músicos pero especialmente los cantantes, lo veían como un reto difícil, cantar en una lengua desconocida, el catalán, con unas notas que no eran nada fáciles de memorizar, mientras la música parecía ir por su cuenta... Pero en seguida la situación dio un giro total: Tobias Engeli, el director musical, se dio cuenta de que tenía entre manos una muy buena partitura y así lo hizo entender a los cantantes. Tras estudiar bien la obra, y después de los primeros ensayos, el entusiasmo había contagiado ya a todo el equipo, y la producción cabalgó hasta su estreno con cada vez mayores dosis de energía y convición.

Creo que tanto Charles como Rosich fueron a Dramstadt para participar en los ensayos…

- Yo estuve tres semanas allí –contesta Charles–, y con Tobias nos unió una entrega absoluta a la obra. Los cantantes, simplemente, estuvieron geniales en su esfuerzo por encarnar sus papeles.

- Yo llegué más tarde –comenta Rosich–, y la verdad es que quedé muy contento con la lectura que Alfonso había hecho de la obra.

Hay que hablar aquí del director de escena, curiosamente un español de Madrid, Alfonso Romero Mora, director asistente de John Dew en la ópera de Darmstadt. Fue fichado cuando Dew se encontraba en el Teatro Real dirigiendo una ópera, y Alfonso era su asistente.

- ¿Contento con el estreno en Barcelona? –le pregunto a Alfonso Romero tras la primera función en el Auditori.

- Mucho. Regresar a mi país con un proyecto de este calibre, en Barcelona y con una ópera cantada en catalán, ha sido una de las sorpresas más agradables de mi vida. Un regalo, vaya.

- ¿Cómo encajaste el proyecto en un primer momento? – le espeto.

- Reconozco que al principio no fue fácil. Cuando cogí la partitura –Romero es músico además de dramaturgo–, tuve mis momentos de duda y desconcierto, pero poco a poco, y a medida que Tobias nos la iba explicando, la obra me fascinó y me enamoré de ella. Tal vez por ser español, entendí muy bien lo que Rosich quería con el personaje de La Cuzzoni, aunque no fue fácil encontrar soluciones a los retos de una acción escasa que se desarrollaba siempre en un mismo lugar.

Le digo que me gustó mucho la solución de la pequeña habitación del Charles Burney niño, con un piano de juguete al que el amargado crítico intenta sacar algunas notas. Una solución que la imagen de la Cuzzoni colgada de un gancho y cantando en silencio convierte en estremecedora.

- Sí, este recurso me permitió abrir y cerrar la obra con una buena imagen, mientras la Cuzzoni se queda literalmente colgada en su patético concierto final.

Patetismo… He aquí una palabra que viene muy a cuenta para explicar la obra. Sobretodo porque la palabra, además de centrar más de alguna escena, define perfectamente al personaje. Sin duda el vestuario ha ayudado a crear esta imagen patética de una Cuzzoni que al final parece un muñeco de trapo de esos que se usaban para ser tirados al aire. El vestido rojo que se pone al final es casi, en si mismo, otro personaje de la obra.

Indagué sobre el tema y descubrí que quién firmaba el vestuario era también un español. Su nombre es José Manuel Vázquez, gallego según me informó él mismo, pues acompañó a la compañía en su viaje a Barcelona. Así comentaba el día del estreno su labor:

- En seguida comprendí la importancia del vestuario y me puse manos a la obra. Frente al color blanco de la escena, de los músicos y de la Cuzzoni joven, el negro del crítico y el rojo de la Cuzzoni: un contraste total, “patético”, como la obra exige.

Realmente, una lección de teatro nos dio José Manuel Vázquez con los trajes diseñados para la obra.

En efecto, todo el escenario es blanco, incluídos los músicos y el fondo, y sólo la Cuzzoni lo rompe con su rojo sangre, más la figura socarrona, cínica y amargada del crítico Charles Burney, vestido de negro, interpretado por el barítono Werner Volker Meyer. Un cantante nacido en Darmstadt, que canta en la ópera de Darmstadt (me dijo que de niño iba a la ópera con sus padres…) y que interpreta el papel del periodista con una maestría difícil de superar.

Y es que toca hablar aquí de los intérpretes: ¡magníficos los tres! El contratenor Gerson Luiz Sales ofreció una interpretación de gran altura, afinadísimo en el personaje de la Cuzzoni decadente, acosada por las deudas. ¡Un monstruo!, cómo le gusta decir a Rosich. En todos los sentidos de la palabra. Con momentos que ponen la carne de gallina. Especialmente en los dúos con su doble joven, la Cuzzoni de voz pura y entera, interpretada por la soprano Sonja Gerlach. Con su apariencia de fantasma salido del mismo polvo blanco del camerino, protagoniza algunas de las escenas más íntimas, logradas y emocionantes de la obra. En estos momentos, el Esperpent de Charles-Rosich se convierte en puro drama metafísico, intensos paréntesis de poesía que jalonan la obra y la llenan de contenido.

Respecto a los músicos, una interpretación sin tacha, según coincidieron todos los profesionales y entendidos asistentes

Resumiendo, un éxito que dejará su huella en las retinas y los oídos de los espectadores. ¡Felicidades!

Conrado Domínguez.