martes, noviembre 07, 2006

LA CRÓNICA DEL FESTIVAL, por Conrado Domínguez.

Trenes de Marzo.

Empezó el Festival el 2 de noviembre con Trenes de Marzo, en la Sala Beckett. ¡Vaya inicio! El País lanzó la noticia al ponerla en portada de cultura y la onda se propagó a todos los medios. ¡Una ópera sobre el 11M! ¡Menudo atrevimiento! Hubo expectación, y mucho pudor por parte de todos: de los artistas y del mismo público, conscientes de que se entraba en zona de duelo. El resultado más que correcto, no acabó de contentar a todo el mundo por un igual. Unánimes fueron los elogios a Oriol Rosés, el contratenor encargado de defender en solitario la partitura, cuyas notas subían y bajaban por el arco vocal del cantante en toda su larga extensión. Su interpretación contenida, pendiente del sonido interactivo (pues la voz influía directamente sobre la música) y de las evoluciones escénicas marcadas por el director Rafel Duran, fue muy emotiva, convincente y meritoria, y el público lo premió con bravos y aplausos. Algunos detalles de la representación gustaron menos. Pero este cronista deja a los críticos la labor de criticar, y se limita a los comentarios oídos, que fueron de todos los colores.

En general, puedo decir que el espectáculo gustó a una mayoría, con sus correspondientes peros. Lo más escuchado es que al libreto le sobra texto y le falta contención poética. Demasiada explícita la referencia política, cuando de lo que se trata es de dejar hablar a la víctima. Gustó el tono de ritual que los autores quisieron dar al espectáculo, y la verdad es que la obra fue mejorando este aspecto en sus sucesivas funciones. Impactó también la música de Lars Graugaard, electrónica y sujeta a un software interactivo que la hacía depender de las modulaciones del cantante. Una música de difícil ubicación, cuyos referentes deberían buscarse más en los géneros populares del pop y del jazz, y en sus facetas más creativas e interesantes. Y hubo unanimidad en considerar útil e interesante el proyecto, aunque imperfecto. Se dijo que aquí no hay costumbre de tratar la actualidad de un modo tan inmediato, a diferencia de otros países, dónde esto es frecuente. Alguien tiene que ser el primero, y serlo tiene un mérito enorme. Un tanto que se marcó la productora Acteón, dirigida por Claudio Zulián y Montse Herrera, que desde hace años empuja el carro de la música contemporánea y de la ópera, especialmente la situada en sus bordes más limítrofes.

Tarragona: "Il piu bel nome".

El segundo estreno del Festival fue en Tarragona: “Il piu bel nome”, de Antonio Caldara, en una producción local a cargo de la compañía Drama9. Una delicia el Teatro Metropol. Hacía tiempo que este cronista no lo pisaba, y volvió a maravillarme el tono fantasioso y a la vez práctico y casero del edificio. El interior podría ser un decorado de alguna novela de Julio Verne, por ejemplo, el teatro particular del Capitán Nemo encapsulado en alguna ciudad submarina aun por descubrir… Los tarraconennses tienen la suerte de descubrirlo cada vez que hay función, y este viernes 3 fue de ópera. Una iniciativa de la compañía Drama9, cuyos adalides son dos activos factótums del ecosistema cultural tarraconense: Núria Baixeras i Josep Fort. Amantes casi fanáticos de la ópera, su obsesión es hacer visible y viable este género en Tarragona, y para ello no dudan en embarcarse a las más temerarias aventuras. El aventurero que los embaucó fue David Magrané, responsable de la dirección musical y de editar la vieja partitura de Caldara. Luego, buscaron a un buen cocinero escénico, Josep Maria Mestres, una garantía para encauzar teatralmente el libreto, cuyo argumento es una excusa para ensalzar las virtudes y la simpar belleza de Elisabeth de Brunswick, en su boda con el Archiduque Carlos de Austria. Un libreto y una partitura pagados por la Ciudad de Barcelona que celebró las archiducales bodas el día 2 de agosto del año 1708.

La función fue una delicia, con una orquesta muy joven (la Jove Orquestra de la Ribera de l’Ebre) y el Cor Ciutat de Tarragona. Las voces estuvieron todas a su altura, con una impactante Venus rivalizando con Juno, mientras sus devotos Hércules y Paris ensalzaban y razonaban las virtudes de cada uno de sus ídolos. Al final, Josep Fort llegó impactante encarnado en el Destino, quién, establecido en juez, anuncia a todos la gran Verdad: no son Juno ni Venus quiénes superan a todos en virtud y belleza, sino ¡Elisabeth de Brunswick! Cae una banderola con el retrato de la aludida y todas las miradas se dirigen embobadas hacia la agasajeada. La obra acaba con cantos de alabanza y admiración, entre los que se intercala una loa a las tierras del Ebro, como si la ciudad del estreno no hubiera sido Barcelona sino precisamente Tarragona o tal vez Tortosa. El público aplaudió con rabia una radiante y pletórica velada operística, y la noche concluyó en el patio del teatro, entre copas de champaña y canapés, con felicitaciones y productivas charlas de alto contenido geoestratégico.

Vesalii Icones.

El sábado 3, el Festival se trasladó al Mercat de les Flors, en su sala pequeña llamada Ovidi Montlló, para presentar la primera obra del ciclo dedicado a Sir Peter Maxwell Davies: Vesalii Icones. Primera sorpresa de la noche: contra todos los pronósticos (¿quién conoce a Peter Maxwell Davies en Barcelona, aparte de los entendidos y muy aficionados?) el teatro estaba lleno casi hasta la bandera. Claro que había muchos invitados pero es que además el concierto anunciado tenía sus migas: el Grupo Instrumental Barcelona 216, uno de los mejores por no decir el único dedicado a la música contemporánea en Barcelona, con dirección musical de Álvaro Albiach, y una coreografia dirigida e interpretada por Ferran Carvajal. La obra es para chelo solista (Joan Antoni Pich), piano, flauta, clarinete, viola y percusión.

El espectáculo empezó de un modo sorprendente: los músicos también eran actores y el bailarín parecía un músico más siguiendo las instrucciones de una partitura que tanto indicaba notas y ritmos, como movimientos, espacios, luces, gestos, desplazamientos de los intérpretes, imágenes proyectadas y silencios. Ferran Carvajal, con una magnífica dirección coreográfica del conjunto, consiguió crear la ilusión de una partitura polifónicoescénica, y la peculiar música de Peter Maxwell Davies fluyó por el escenario ocupando todos sus rincones, expandiéndose en el espacio y rebotando por el suelo y las paredes del teatro. Los músicos estuvieron todos estupendos en su doble tarea ejecutante y actuante, y al acabar la hora escasa de duración del concierto-espectáculo, el público bramó de entusiasmo con prolongados bravos y aplausos, premiando con ello una función memorable de las que se graban en el recuerdo.

Al acabar, hubo copa de cava i “picandó”, como gusta llamar al pica-pica el director del Festival. Se celebró el inicio del Ciclo y de alguna manera también el del Festival, aunque en la Sala Beckett, el día 2, también hubo celebración. Los asistentes brindaron por el éxito del Festival, aunque muchas de las conversaciones giraron, lógicamente, sobre el tema político. Lógico, el resultado de las elecciones y las quinielas sobre pactos y contrapactos aún estaban en el aire. Este cronista no supo hallar rasgos comunes de opinión. En todo caso, sí una cierta preocupación: en vez de la de “pandereta”, ¿vamos hacia una cultura de la “barretina”?, parecían decir algunas expresiones. Los temblores de ánimo eran evidentes y en el aire se escuchaban sones trágico-cómicos de futuro a ritmo de sardana i “virolais”. Aunque luego la alegría del cava y los sabores del concierto aún en la boca borraron los temores y negros presagios.